Por Jorge Monteza
Primeros meses del 2011 y me toca hacer un trámite oficial, y debo poner en el encabezado del documento: Año del centenario de Machu Picchu para el mundo. Algunos ya nos preguntamos ¿qué pasó con el centenario de Arguedas? También se han soltado algunas respuestas.
Parece cosa sin importancia, al menos eso me dice un compañero, “pero ni vuelta que darle”, “Al fin y al cabo igual es” “al cabo que casi nadie lee los encabezados”. Sin embargo, la sospecha de que no es así me detiene en la redacción. Repienso las razones de este gobierno para tal disposición. Ciertamente vencieron los motivos económico-turísticos y de paso se desquitaron de la mirada crítica hacia el Apra que en algunos pasajes de El Sexto hay. Pues, eso no tiene nada de inocente. Resulta más bien, altamente simbólico y sintomático.
El Año del centenario de Machu Picchu para el mundo más que una conmemoración es un pregón a los turistas, resulta una fervorosa expresión de entrega a una política que concibe todo como producto del Mercado, incluso el pasado histórico; del cual Machu Picchu es probablemente el de mayor presencia física pero no es el mejor símbolo cultural para los peruanos. Por el contrario, es un símbolo que en las miradas ligeras de los turistas, ha formado para el Perú la equívoca imagen de un país exótico y místico. Ahora, que quede claro, no trato de insinuar que el turismo carece de importancia para el país. Por supuesto que es importante. El error está en pensarnos como un país que vive sólo del turismo. El encabezado del documento que pretendo escribir eso simboliza. Como si el Perú fuera Hawaii.
El convertir el pasado histórico en empresa se condice con la tendencia “ciega” de hacer empresa de todo. Tenemos colegios-empresas, universidades-empresas, cultura-empresa. Un síntoma de fiebre neoliberal.
Otra atingencia, no postulo, creo, un comentario pro-anti-sistema; no creo que el sistema vaya a cambiar –aunque entre Humala–. Creo, sí, que los gobernantes deben valerse de él para generar riqueza, pero también deben moderar, adaptar y negociar con él para no desvirtuar algunas cosas como la educación, al punto de que en algunos colegios privados ya no hablan del educando ni del estudiante sino del cliente. Es totalmente legítima la existencia de la educación privada, pero que no deje de ser educación. Se debe negociar con el sistema para no desvirtuar la identidad cultural, por ejemplo. De lo contrario, eso de hacer tejidos típicos, con colores y formas según el gusto del turista, convertirá lo “típico” en meros suovenirs, como sucede ya en algunos puntos del mercado de Pisaq.
Qué lejos ha quedado –como dice la canción– aquella profunda conciencia social y cultural del Apra de Haya de la Torre.
El Estado debe tener presente que en el Perú existe también una tradición cultural enarbolada por hombres y sus obras, como los artistas e intelectuales. Es decir, hay de dónde. Ahí están Garcilaso de la Vega, Gonzales Prada, Jorge Basadre, Mariátegui, Vallejo, Vargas Llosa y por supuesto José María Arguedas que este año debió tocarle.
Pero como dice mi compañero, “ni vuelta que darle”. No obstante, en algo he atenuado la inquietud de mi conciencia escribiendo este artículo con el título Año del centenario de Arguedas, antes de redactar y extender un documento que lleva un encabezado que celebra la radicalidad neoliberal.