sábado, 17 de septiembre de 2011
Presentación del libro: Sombras en el agua, de Jorge Monteza
viernes, 15 de julio de 2011
Presentación del libro de Fernando Rivera: Dar la palabra
«En el centenario del nacimiento de José María Arguedas, este libro propone una nueva lectura de su obra. Más allá de las lecturas desde la literatura, la antropología y la política cultural, el autor explora los alcances de un proyecto ético y político que desborda su raíz andina.»
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domingo, 15 de mayo de 2011
Identificarse con lo más repudiable del Perú
.Por Rocío Silva Santisteban
Ante la caída y derrota del candidato PPK me habían comentado muchas personas sobre el racismo y la intolerancia que se diseminaban por las redes sociales entre los ppkausas hacia los “electarados”, neologismo de sofisticada invención, atribuido por las otras malas lenguas a Aldo M. La verdad que yo, a pesar de navegar por esos lares casi a diario, no lo había percibido con la potencia con que algunos amigos y amigas lo sostenían. Obviamente tampoco es que dudara del racismo que, generalmente más rápido que la ola de un tsunami, se disgrega por doquier en palabra escrita, oral o en imágenes. Pero me quedó la intriga de no sentir en todo su esplendor ese supuesto torpedo.
Como suelen sucederles las cosas a los incrédulos, la semana que acaba de pasar me aconteció a mí misma el proyectil, y con un viraje de tono tal que la violencia de las palabras de cualquier poeta expresionista languidecía de ñoña. El mensaje venía de una supuesta María Luisa Larrea y me decía lo siguiente: “Olle (sic) terruca miserable, sales como una perra ladrando sin tener razón alguna …” y sigue así “le estás haciendo propaganda al asesino reciente que es Ollanta Humala, terruca malparida (...) qué dices de madre mía chola imbécil, cachetona de odio, perra (...) prefiero votar por un perro que es más fiel que ese chavista seguro que te pasó un poco de plata, aparte de que eres fea chola y aguaruna eres la peor chola de las terrucas, entre tú y la mujer de abimael no hay diferencia, mejor es la de abimael porque es callada y no habla porquerías como tú baboza (sic sic recontra sic)”.
En un análisis mínimo llegamos a la siguiente interpretación: ser “aguaruna” que es el nombre castellanizado de los awajún, es considerado algo despectivo, un “insulto” tanto o igual que el sustantivo chola, en su sentido perverso y racista. Algo absurdo, por supuesto. Y para que no queden dudas sobre el sentido ofensivo el párrafo arranca con un “terruca miserable y perra”, luego de la increíble falta ortográfica del encabezado. Como sabemos, el calificativo “perra” para una mujer implica no solo la animalización sino, sobre todo, la referencia a la “sexualidad desenfrenada” de una perra/prostituta. Finalmente termina con una deferencia a “la mujer de abimael” porque sabe callar, algo que, en el peor sentido del término, yo no sabría hacer porque “soy una terruca perra que ladra”. Hay que tener en consideración que la repetición de las “erres” sazonando todo el parágrafo pretende aumentar la agresividad por las vibrantes múltiples.
El análisis me permite distanciarme, sin embargo pretendió ser un golpe. Se trate de una boquita-de-caramelo Larrea o de un troll del universo feisbukero el tema es que la agresividad está a flor de piel y la percibo con toda su crudeza. Pero esta carta no es nada, absolutamente nada, en comparación con un gesto más agresivo que todos los insultos, desprecios y erres vibrantes utilizadas en serie: me refiero al arreglo mortuorio que recibieron los colegas de La Primera. Mi solidaridad con el maestro César Lévano, a cuyas clases en la Universidad de San Marcos asisten centenas de alumnos siempre atentos (para mi envidia como profesora). Sin duda se trata de un ejercicio de amedrentamiento por las puras: Lévano no cejará en su tenacidad periodística. Por supuesto que tampoco es nada desdeñable el intento de ataque de jóvenes desatinados contra Jaime de Althaus, quien felizmente retrocedió despacio para poder salir sin mayores consecuencias. A todos les pido recordar a Nietzsche cuando decía: lo que no nos destruye, nos fortalece.
martes, 5 de abril de 2011
Año del Centenario de Arguedas
Por Jorge Monteza
Primeros meses del 2011 y me toca hacer un trámite oficial, y debo poner en el encabezado del documento: Año del centenario de Machu Picchu para el mundo. Algunos ya nos preguntamos ¿qué pasó con el centenario de Arguedas? También se han soltado algunas respuestas.
Parece cosa sin importancia, al menos eso me dice un compañero, “pero ni vuelta que darle”, “Al fin y al cabo igual es” “al cabo que casi nadie lee los encabezados”. Sin embargo, la sospecha de que no es así me detiene en la redacción. Repienso las razones de este gobierno para tal disposición. Ciertamente vencieron los motivos económico-turísticos y de paso se desquitaron de la mirada crítica hacia el Apra que en algunos pasajes de El Sexto hay. Pues, eso no tiene nada de inocente. Resulta más bien, altamente simbólico y sintomático.
El Año del centenario de Machu Picchu para el mundo más que una conmemoración es un pregón a los turistas, resulta una fervorosa expresión de entrega a una política que concibe todo como producto del Mercado, incluso el pasado histórico; del cual Machu Picchu es probablemente el de mayor presencia física pero no es el mejor símbolo cultural para los peruanos. Por el contrario, es un símbolo que en las miradas ligeras de los turistas, ha formado para el Perú la equívoca imagen de un país exótico y místico. Ahora, que quede claro, no trato de insinuar que el turismo carece de importancia para el país. Por supuesto que es importante. El error está en pensarnos como un país que vive sólo del turismo. El encabezado del documento que pretendo escribir eso simboliza. Como si el Perú fuera Hawaii.
El convertir el pasado histórico en empresa se condice con la tendencia “ciega” de hacer empresa de todo. Tenemos colegios-empresas, universidades-empresas, cultura-empresa. Un síntoma de fiebre neoliberal.
Otra atingencia, no postulo, creo, un comentario pro-anti-sistema; no creo que el sistema vaya a cambiar –aunque entre Humala–. Creo, sí, que los gobernantes deben valerse de él para generar riqueza, pero también deben moderar, adaptar y negociar con él para no desvirtuar algunas cosas como la educación, al punto de que en algunos colegios privados ya no hablan del educando ni del estudiante sino del cliente. Es totalmente legítima la existencia de la educación privada, pero que no deje de ser educación. Se debe negociar con el sistema para no desvirtuar la identidad cultural, por ejemplo. De lo contrario, eso de hacer tejidos típicos, con colores y formas según el gusto del turista, convertirá lo “típico” en meros suovenirs, como sucede ya en algunos puntos del mercado de Pisaq.
Qué lejos ha quedado –como dice la canción– aquella profunda conciencia social y cultural del Apra de Haya de la Torre.
El Estado debe tener presente que en el Perú existe también una tradición cultural enarbolada por hombres y sus obras, como los artistas e intelectuales. Es decir, hay de dónde. Ahí están Garcilaso de la Vega, Gonzales Prada, Jorge Basadre, Mariátegui, Vallejo, Vargas Llosa y por supuesto José María Arguedas que este año debió tocarle.
Pero como dice mi compañero, “ni vuelta que darle”. No obstante, en algo he atenuado la inquietud de mi conciencia escribiendo este artículo con el título Año del centenario de Arguedas, antes de redactar y extender un documento que lleva un encabezado que celebra la radicalidad neoliberal.
martes, 29 de marzo de 2011
La casa de Arequipa, Mario Vargas Llosa
- El lugar donde nací traía a mi madre recuerdos siniestros: vino a él embarazada para estar cerca de su familia, y mi padre no volvió a dar señales de vida. Ahora será un centro cultural
La casa en que nací, en el número 101 del Boulevard Parra, en Arequipa, el 28 de marzo de 1936, no tiene ninguna distinción arquitectónica particular, salvo la vejez, que sobrelleva con dignidad y que le da ahora cierta apariencia respetable. Es una casa republicana, de principios del siglo 20.
Había oído en la familia que desde su lado Este se tenía una magnífica vista de los tres volcanes tutelares de mi ciudad natal, pero ahora ya no se ven los tres, sólo dos, el Misti y el Chachani, que lucen esta mañana soberbios y enhiestos bajo el sol radiante. En los 75 años transcurridos desde que vine al mundo han surgido edificios y construcciones que ocultan casi enteramente al tercero, el Pichu Pichu. Otro mérito de esta casona es haber resistido los abundantes temblores y terremotos que han sacudido a Arequipa, tierra volcánica si las hay, desde entonces.
Consta de dos pisos y desde su terraza trasera se divisa una buena parte de la sosegada campiña arequipeña, con sus pequeños huertos y chacras. Su jardín delantero está completamente muerto, pero las lindas baldosas modernistas de la entrada brillan todavía. La familia Llosa alquilaba el segundo piso a los dueños, la familia Vinelli, que vivía en la planta de abajo. La primera vez que yo pude entrar y conocer por dentro la casa donde nací y pasé mi primer año de vida, fue a mediados de los años sesenta. Entonces vivía allí, solo, un señor Vinelli, afable viejecito que se acordaba de mi madre y mis abuelos, y que me enseñó el cuarto donde mi madre estuvo sufriendo lo indecible durante seis horas porque yo, por lo visto, con un emperramiento tenaz, me negaba a entrar en este mundo. La comadrona, una inglesa evangelista llamada Miss Pitzer, después de esta batalla tuvo todavía ánimos para ayudar a dar a luz a la madre de Carlos Meneses, que es ahora director del diario “El Pueblo” de Arequipa.
Como sólo viví un año aquí, no tengo recuerdo personal alguno de la casa del Boulevard Parra. Pero sí muchos heredados. Crecí en Cochabamba, Bolivia, oyendo a mi madre, mis tíos y abuelos contar anécdotas de Arequipa, una ciudad que añoraban y querían con fervor místico, de modo que cuando vine por primera vez a la Ciudad Blanca —así llamada por sus hermosas iglesias, conventos y casas coloniales construidas con piedra sillar que destella con la luminosidad de las mañanas—, yo tuve la sensación de conocerla al dedillo, porque sabía los nombres de sus barrios, de su río Chili, de sus volcanes y de esas barricadas de adoquines que levantaban los arequipeños cada vez que se alzaban en revolución (lo hacían con frecuencia).
Mis primeros recuerdos personales de Arequipa son de ese viaje, que tuvo lugar en 1940. Había un Congreso Eucarístico y mi mamá y mi abuela me trajeron consigo. Nos alojamos donde el tío Eduardo García, magistrado y solterón, que era reverenciado en la familia porque había estado en Roma y visto al Papa. Vivía solo, cuidado por su ama de llaves, la señora Inocencia, que puso bajo mis ojos, por primera vez, un chupe de camarones rojizo y candente, manjar supremo de la cocina arequipeña, que luego sería mi plato preferido. Pero esa primera vez, no. Me asustaron las retorcidas pinzas de esos crustáceos del río Majes y hasta parece que lloré. Del Congreso Eucarístico recuerdo que había mucha gente, rezos y cantos, y que un señor con corbata pajarita, en lo alto de una tribuna, discurseaba con ímpetu. Lo aplaudían y mi abuelita Carmen me instruyó: “Se llama Víctor Andrés Belaunde, es un gran hombre, y además nuestro pariente”. Estoy seguro de que en ese viaje ni mi madre ni mi abuela me mostraron la casa en que nací.
Porque la casa del Boulevard Parra traía a mi madre recuerdos siniestros, que sólo muchos años después, cuando yo era un hombre lleno de canas y ella una viejecita, se animó a contarme. En esa casa se había casado, con un lindo vestido de novia, en un oratorio levantado bajo la escalera —lo atestigua la fotografía de los “Vargas Hermanos”, inevitables en todos los casamientos de la Arequipa de entonces—, con mi padre, un año antes de mi nacimiento, y de allí habían partido ambos hacia Lima, donde la pareja viviría. Se habían conocido en el aeropuerto de Tacna poco antes, y mi madre se había enamorado como una loca de ese apuesto radio operador que volaba en los aviones de la Panagra. Mis abuelos habían intentado demorar esa boda. Les parecía precipitada y rogaron a mi madre esperar un tiempo, conocer mejor a ese joven. Pero no hubo manera, porque a Dorita, cuando algo se le metía en la cabeza nadie se lo sacaba de allí, ni siquiera cortándosela (rasgo que, creo, también le heredé).
El matrimonio fue un absoluto desastre, por los celos y el carácter violento de mi padre. Sin embargo, cuando mi madre quedó embarazada, el caballero pareció amansarse. Mi abuelita anunció que iría a Lima, a acompañar a su hija durante el parto. Mi padre propuso que más bien Dorita viajara a dar a luz a Arequipa, rodeada de su familia. Así se hizo. Desde el día en que se despidieron, el caballero no volvió a dar señales de vida, ni a responder las cartas y telegramas que mi madre le enviaba. Así fue como ella, mientras yo crecía en su vientre y pegaba las primeras pataditas, descubrió que había sido abandonada. “Fue un año atroz”, me confesó, con la voz que le temblaba. “Por la vergüenza que sentía. Durante el primer año de tu nacimiento no salí casi nunca de la casa del Boulevard Parra. Me parecía que la gente me señalaría con el dedo.” Había sido abandonada por un canalla y era ella la que se sentía avergonzada y culpable. Tiempos atroces, en efecto.
Todas las veces que he venido a Arequipa desde entonces y he pasado por el Boulevard Parra a echar un vistazo a la casa en que nací, he tratado de figurarme lo que debió ser la vida de esa muchacha veinteañera, con un hijo en brazos y sin marido, (cuando mis abuelos, a través de un abogado amigo, hicieron saber a mi padre que había tenido un hijo, él se apresuró a entablar una demanda de divorcio), auto secuestrada en esta vivienda por temor al qué dirán. Los abuelos debieron también sufrir mucho con lo ocurrido y pensar que aquello era una deshonra para la familia. Por eso, nadie me quita de la cabeza que la familia Llosa abandonó el terruño a que estaba tan aferrada y partió a Bolivia para poner una vasta geografía de por medio con aquella ‘tragedia’ de la pobre Dorita.
¿Lo consiguieron? ¿Fueron felices en Cochabamba? Yo creo que sí. Recuerdo mis años cochabambinos como un paraíso. En la gran casa de la calle Ladislao Cabrera, la vida de la tribu familiar parecía transcurrir con sosiego y alegría. Mi madre era joven y agraciada, pero nunca aceptó galanes, en apariencia porque, siendo tan católica, para ella no había más que un matrimonio, el de la iglesia. Sin embargo, la razón profunda era que, pese a todo, seguía amando con toda su alma al caballero que la maltrató. Que diez años después de su ‘tragedia’ volviera a juntarse con él, así lo demostraría.
Pero esta mañana soleada y hermosísima no está para pensar en cosas tristes y truculentas. El cielo es de un azul impresionista y hasta el desvencijado caserón del Boulevard Parra parece contagiado del regocijo general. El alcalde de Arequipa acaba de decir unas cosas muy bonitas sobre mis libros y si mi madre hubiera estado aquí habría soltado algunos lagrimones. El burgomaestre recordó, también, todo el tiempo que han pasado aquí los Llosa, desde que llegó a esta tierra el primero de la estirpe, a comienzos del siglo 18, don Juan de la Llosa y Llaguno, desde la remota Turcios, un enclave cántabro incrustado en Vasconia. Y por supuesto que mi madre se hubiera alegrado mucho de saber que esta casa que le traía tan malos recuerdos será, a partir de ahora, una institución cultural, donde los arequipeños vendrán a leer y a sumergirse en las fantasías literarias y a soñar con ellas y a vivirlas, como ella me enseñó a hacer para buscar la felicidad cuando todavía yo babeaba y mojaba las sábanas a la hora de dormir.
lunes, 21 de marzo de 2011
Perú, país de metal y melancolía
Ayer, 21 del presente, a las 19.30 horas, en la Sala Melgar de la Universidad Nacional de San Agustín, se presentó el libro PERU, PAIS DE METAL Y DE MELANCOLIA, del periodista y escritor Alfredo Barnechea, el libro fue comentado por el Dr. Eusebio Quiroz Paz Soldán, el Mg. Willard Díaz Covarrubias, y el propio autor.
La obra ha sido publicada por el Fondo de Cultura Económica (marzo del 2011) y es una amplia "biografía" del pensamiento político de Mario Vargas Llosa, escrita por alguien que ha conocido muy cercanamente al laureado escritor, pero es la vez es un amplio y ambicioso recuento de una educación política, que recorre buena parte de nuestra historia reciente.
Estudió en A eso ha agregado su participación política, que ha llevado a que sea considerado en la actualidad un potencial candidato a En estos últimos cuarenta años, como testigo y amigo cercano de muchas figuras del continente, ha visto de primera mano qué ha ocurrido en el último medio siglo político. Este libro son las memorias de ese tiempo. Estructurado originalmente como una biografía política de Mario Vargas Llosa, se amplió como una virtual historia de cuarenta años de pasiones políticas latinoamericanas. En su recorrido, aparte de revelaciones del trayecto intelectual y política de Vargas Llosa, Barnechea trata el retrato de figuras como Haya de También un análisis en profundidad de fenómenos y procesos como el gobierno de Velasco, el fujimorismo, la revolución cubana, y otros regímenes de estos cuarenta años. 1. En el principio siempre fue el verbo 2. La experiencia militar 3. Los marxismos de Indias 4. Haya de 5. Eslabones 6. La biografía intelectual de una generación 7. 1983. Uchuraccay. El encuentro con el mundo de Arguedas 8. 1990. La campaña presidencial de Vargas Llosa 9. El fujimoratoAlfredo Barnechea
Esta presentación ha sido posible gracias al auspicio del Gobierno Regional de Arequipa, Alwa Hotel, entre otros y la organización de La librería de la Universidad Nacional de San Agustín.
Misael Ramos Velásquez
Organizador
viernes, 18 de marzo de 2011
Congreso Internacional de Arguedas en Arequipa
En Arequipa estuve doce días. Allí escribí quince páginas,las finales del capítulo III.
Por primera vez viví en un estado de integración feliz con mi mujer.
Por primera vez no sentí temor a la mujer amada, sino, por el contrario,
felicidad sólo a instantes espantadas. El pino de ciento veinte metros
de altura que está en el patio de la Casa Reisser y Curioni,
y que domina todos los horizontes de esta ciudad intensa
que se defiende contra la agresión del cemento feo, no del buen cemento;
ese pino llegó a ser mi mejor amigo.
“El zorro de arriba y el zorro de abajo”, José María Arguedas
CONVOCATORIA
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- Hoja de vida (máximo 8 líneas)
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- Sumilla (máximo 10 líneas)
- Contenido del trabajo.
- Conclusiones (opcional)