El nombre del padre y del Ynca
Por Jorge Monteza Arredondo
Lo que se ha escrito sobre el Inca Garcilaso de la Vega e identidad es tan abundante que parecería que no hay más que decir. Sin embargo, debe haber; este ensayo tratará de interpretar el proceso identitario a partir de los cambios de nombres del cronista peruano.
Que el nombre de quien es considerado el primer mestizo peruano se haya transformado de Gómez Suárez de Figueroa a Inca Garcilaso de la Vega puede parecer sólo una curiosidad si no se atiende a la relación que esto guarda con el proceso identitario del “primer peruano”.
La semiótica y la lingüística al pronunciarse sobre los nombres han dicho que se trata de signos en blanco o signos vacíos que se llenan y cargan de sentido en la práctica cotidiana y con el curso de la historia, hasta formar parte de un tejido socio-histórico. La condición del nombre es identificarse con la cosmovisión, ideología, idiosincrasia, aspiraciones e incluso negaciones de quien lo porta. Así, por ejemplo, hubo épocas –y en cierta forma las sigue habiendo- en que los nombres eran tomados de la naturaleza por una fuerte influencia de la cosmovisión; las épocas románticas son más propicias para bautizar a los hijos con nombres de héroes o santos (ideología o creencias). El apellido con carácter hereditario y estable aparece, en España y América, recién en el siglo XIX (Fernández 2004: 78) para oficializar la identificación con el linaje -la tendencia más fuerte de todas- y especialmente con el padre.
En el caso del autor de los Comentarios reales la construcción de su identidad es particularmente interesante, porque se trata de un caso histórico y fundacional, y no por la adopción ni por el nombre mismo que al fin y al cabo es uno yuxtapuesto, sino por el significado que este proceso revela.
Hijo de un conquistador español y de una Ñusta incaica, el Inca Garcilaso de la Vega es el representante epónimo del mestizaje encarnado. En él se encuentran dos razas y culturas antagónicas; Garcilaso representa el choque, la fusión y la crisis de este encuentro. Por eso es nuestro referente original y fundamental para hablar de la formación de identidad de la cultura peruana. Y sin duda el recorrido identitario del Inca Garcilaso encuentra marcas fuertemente significativas a través de los constantes cambios de nombre que muestran una incansable búsqueda de identidad propia de un sujeto nuevo cultural e históricamente hablando; búsqueda llevada a cabo y consagrada en el discurso narrativo de los Comentarios reales, pero también expresada en su nombre.
Es preciso recordar el modo de nominación usual en la época, tanto en la cultura incaica como en la española. En la usanza hispana se bautizaba a los hijos con nombres de los antepasados o algún pariente célebre, con el objeto preservar su memoria, para que tales nombres no se pierdan en el olvido; sólo el primogénito era bautizado con el nombre del padre, pero esto tampoco era norma estricta, como es el caso del mestizo peruano, cuyo padre Sebastián Garcilaso de la Vega vio por conveniente bautizarlo con el nombre de su afamado bisabuelo Gómez Suárez de Figueroa.
En España el asunto del significado y relevancia de los nombres era un tema común y de mucha importancia no sólo en el aspecto literario y cultural sino también en la vida cotidiana. El tema de los linajes y los nombres de las familias, así como los emblemas familiares y escudos de armas, venían desde la edad media y mantenían su importancia todavía en el Renacimiento.
Por otro lado, en la cultura incaica si bien el nombre era dado, también podía ser ganado; es decir, era posible adoptar uno por méritos o porque se ajusta a la historia o hazañas personales; otras veces el nombre iba acompañado con un apelativo y muchas veces el nombre apelativo se imponía al nombre propio, como por ejemplo el apelativo Huáscar Inca se impuso a Inti Cusi Huallpa que era el nombre original del Inca; o Pachacútec, el Inca que hasta antes de la muerte de su padre se llamaba Titu Manco Cápac. El Inca Huiracocha decidió que su hijo antes de asumir el poder cambiase a Pachacutec, que significa reformador del mundo. (Inca Garcilaso de la Vega 1991: T I - Libros II y III) En general, tanto en la nobleza incaica como en el pueblo andino se acostumbraba cambiar de nombre al llegar a la edad casamentera o en los primeros años de la veintena.
El cronista Garcilaso ha prestado particular atención a la situación de los nombres en el incanato. Así en sus Comentarios reales se detiene a explicar el significado de cada nombre de los Incas y hacer una detallada interpretación de éstos “que sólo en el nombre encierran toda la historia” (Inca Garcilaso 1944: TI, 141).
En fin, una lectura atenta de este libro nos hará notar que entre los numerosos temas tratados hay dos muy importantes, por lo menos para los intereses de nuestro enfoque; primero, la fascinación e insistencia del cronista, en los linajes y nombres tanto de personas como de cosas; y, segundo, la defensa de su padre el capitán Garcilaso de la Vega, aspecto que tomamos como fundamental, ya que desde nuestro punto de vista es uno de los fuertes motivos que determina los cambios de nombre del cronista, movido por el propósito de restituir el honor de su padre quien fue acusado de traición a la corona después de su participación desfavorable en la batalla de Huarina.
Antes, describamos la situación: en 1560 el joven Gómez Suárez viaja a España con el objeto de estudiar allí según fue el deseo del padre; por otro lado, quería solicitar las mercedes y derechos de su padre por los servicios prestados a la corona como conquistador de las Indias. Hasta antes de llegar a España el joven mestizo no tenía ningún inconveniente con su nombre, los primeros 21 años de su vida se llama Gómez Suárez de Figueroa, sin problemas. Se dirige a Badajoz antes de instalarse en Montilla con su otro tío Alonso de Vargas. Así, Garcilaso, al decir de Raúl Porras Barrenechea “ingresa en ese mundo de licenciados y de clérigos, de dueñas y doncellas, bachilleres y uno que otro alférez de arcabuceros, en una situación dudosa e indefinida por su nacimiento y por su casta. No es un hidalgo como su tío don Alonso de Vargas, inscrito en los padrones de la villa (...), porque es mestizo nacido en Indias e hijo de una india. No es tampoco un caballero contioso, porque carece de caudal propio y porque tiene títulos clarísimos de nobleza. No podría ser vecino corriente llevando en las venas la sangre de los marqueses de Priego y de los incas del Perú. No es, pues, un hidalgo completo, ni español ni indio, ni vecino ni forastero” (1996: 7)En suma, es una situación que lo invita a problematizar su identidad y condición mestiza.
Aún mantenía la idea de regresar al Perú hasta que su pedido presentado al Consejo de Indias para que se le reconozcan derechos le es denegado rotundamente. Derechos que, él asumía, le correspondían doblemente: por el lado de su padre que fue conquistador y por el de su madre que perteneció a la nobleza del imperio conquistado. Esta concepción de un mestizaje de yuxtaposición, armónico, doblemente noble, es sacudida con la respuesta del Consejo que refiere información de que su padre habría actuado como un traidor al haber proporcionado su caballo al rebelde Gonzalo Pizarro para que éste huyera en la batalla de Huarina. Este hecho marcaría emocionalmente al joven Gómez Suárez. “Esta mentira me ha quitado el comer”, dirá en su Historia General del Perú.
El recibimiento y trato al joven Gómez Suárez en España no era el que él había esperado. Su situación de mestizo peruano parecía situarlo en una especie de limbo social. Y quizá esta circunstancia le estaba enseñando de una manera secreta y sin querer que el mestizaje no es yuxtaposición generosa sino trauma de la sangre. A partir de este momento, pensamos, el mestizo entra en etapa de transformación onomástica con el primer propósito de lograr una restitución simbólica autoencarnándose en la figura paterna, primero; para luego dar forma, a través de su obra, al mestizo como sujeto nuevo y auténtico.
Al ser acusado su padre de apoyar al rebelde Gonzalo Pizarro, tanto el honor del padre como el suyo propio estaban en duda, por lo cual, a través de su obra y su persona emprende una defensa y afirmación de la identidad paterna. En 1563 firma como Gómez Suárez de la Vega, y casi inmediatamente después firma como Garcilaso de la Vega. César Delgado sostiene que “Con Gómez Suárez de Figueroa se iba el recuerdo del vergonzoso origen (...), se iba el bastardo y el rebelde para dar lugar a un Garcilaso de la Vega digno de servir al rey” (1991: 72). Es notorio que este mismo año el joven mestizo mandó llevar los restos de su progenitor del Perú a Sevilla, donde los enterraría en la iglesia de San Isidoro. Y, para recuperar el honor del padre supuestamente perdido en una batalla, el mestizo dará otras batallas. Así, va a participar en la Guerra de las Alpujarras, expulsión de los últimos moros de Granada, donde consigue el grado de capitán, exactamente como el padre, y se hará llamar Garcilaso de la Vega, nombre que recoge la imagen restituida del padre y la tradición e ideal literarios del poeta Garcilaso de la Vega, el toledano, autor de las Églogas, que rezaba: “Tomando ora la espada, ora la pluma”.
Así, se armará también con el quehacer literario. En 1590 aparece su traducción de los Diálogos de amor con el sugerente título Traduzión del Indio de los tres diálogos de amor de León el Hebreo. Aparece por primera vez el nombre de un peruano frente a una obra publicada en Europa: Garcilaso Inca de la Vega, a partir de ahora.
Aurelio Miró Quesada sostiene que si bien Los diálogos de amo son traducción, no puede considerarse como un hecho casual o un simple momento de recreo, sino revelan un gesto y avance en el proceso de la conformación de su identidad, revelan una afinidad del espíritu del Inca con la filosofía renacentista (1994: 128). Miguel de Burga Núñez (En Aurelio Miró Quesada Ibid: 144) anota que en la introducción a la edición facsimilar de los Diálogos hay una significativa coincidencia: Jeudah Abarbanel que firmaba como León el Hebreo es emulado por Gómez Suárez que firmaba como Garcilaso Inca. El judío exiliado de España coincide así en el nombre con el mestizo autoexiliado de Perú (Ambos mestizos están afirmando una sangre y raza de su composición).
En 1594 aparece en un nuevo domicilio en Córdova como padrino del hijo de unos amigos y firmando Garcilaso de la Vega Inca. Es la primera vez que figura con el título de Inca en un documento; y no solamente en una obra literaria. En sus posteriores obras, tanto en La Florida del Inca (1605) como en los Comentarios reales (1609) y la Historia general del Perú (1617), firmará con el definitivo Inca Garcilaso de la Vega.
Como ya se ha dicho, el Inca Garcilaso se mueve tanto en la tradición occidental como en la tradición andina en la que los nombres también tenían significados simbólicos que el cronista se encarga de explicar a lo largo de los Comentarios. Christian Fernández (2004: 79) nos recuerda que el joven Gómez Suárez cambia de nombre a la misma edad que solían hacerlo los miembros de la nobleza indígena. Esta es una hipótesis interesante que refuerza las lecturas que desde el lado andino se vienen haciendo sobre el Inca Garcilaso en los últimos años. Fernández, propone que ese cambio de nombre coincide curiosamente con un ritual de pasaje entre los jóvenes incas en tránsito a la adultez, precisamente en los primeros años de la veintena (Recuérdese que el primer cambio de nombre es a los 25 años). Por otro lado, Antonio Mazotti (1994) observa que el apelativo de «Inca» no resulta, pues, una mera pose literaria ni solamente una reivindicación del honor de los padres conquistadores más notables, sino un uso común entre quienes se sentían pertenecer a una etnia y a un grupo que ya a fines del XVI y durante el XVII se reconstituyó como sujeto social y cultural para formar lo que poco a poco se convertiría en el «movimiento nacionalista inca» o neoinca, hasta llegar a su decapitamiento literal en la Plaza de Armas del Cuzco en 1781, con la ejecución de Túpac Amaru II.
Por supuesto, como ha sostenido Raúl Porras, el Inca Garcilaso estará lejos de un nacionalismo étnico de ese tipo, que incitaba a la rebelión armada, pero tampoco pueden pasarse por alto diversos pasajes de crítica al poder de Felipe II, (en La Florida II, parte, V, y en los Comentarios II, III, XX, por ejemplo) refiere Mazotti. No es de extrañar que su amistad con diversos miembros notables de la orden jesuita, como Juan de Pineda, el hebraísta Jerónimo de Prado, el erudito Martín de Roa, el catedrático de retórica Francisco de Castro y otros, lo llevase a conocer las tesis de Juan de Mariana, Pedro de Rivadeneira y las de Francisco Suárez sobre la soberanía (no la independencia, por supuesto, sino en el sentido político de la época) y el «bien común».
La actitud del Inca Garcilaso frente a la nación y la identidad es novedosa y revolucionaria, sobre todo si se toma en cuenta que en la época, como ha observado César Delgado, “el mestizo no tenía presencia social específica, y por lo mismo se hallaba fuera del orden cultural, no tenía en el espejo de la imaginación colectiva siquiera un estatuto humano” (1991: 98). Pero el Inca Garcilaso de la Vega legitima al este sujeto mezclado encarnándose en el padre y llamándose inca; y no para representar dos culturas equilibrada y equitativamente, como se ha dicho bastante, sino para representarse a sí mismo como un sujeto culturalmente nuevo.
BILIOGRAFÍA
Delgado Díaz Del Olmo, Cesar. 1991. El diálogo de los mundos, Ensayos sobre el Inca Garcilaso Arequipa, UNSA.Fernández, Christian. 2004. Inca Garcilaso de la Vega: Imaginación, memoria e identidad Lima: Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de san Marcos
Inca Garcilaso de la Vega. 1991. Comentarios reales Edición moderna de Carlos Aranívar. Lima, México, Madrid, Fondo de Cultura Económica
Inca Garcilaso de la Vega. 1944. Historia General del Perú Edición de Ángel Rosenblat. Buenos Aries Emecé Ed.
Mazzotti, José Antonio. 1994. Garcilaso en el Inca Garcilaso: los alcances de un nombre
Miro Quesada Sosa, Aurelio. 1994. El Inca Garcilaso de la Vega Pontificia Universidad del PerúPorras Barrenechea, Raúl. 1996. El Inca Garcilaso de la Vega en Montilla En: Montilla, lugar célebre en la memoria peruana / Hampe Martínez, Teodoro. comp Lima: Asociación peruana "Amigos de Montilla"
Por Jorge Monteza Arredondo
Lo que se ha escrito sobre el Inca Garcilaso de la Vega e identidad es tan abundante que parecería que no hay más que decir. Sin embargo, debe haber; este ensayo tratará de interpretar el proceso identitario a partir de los cambios de nombres del cronista peruano.
Que el nombre de quien es considerado el primer mestizo peruano se haya transformado de Gómez Suárez de Figueroa a Inca Garcilaso de la Vega puede parecer sólo una curiosidad si no se atiende a la relación que esto guarda con el proceso identitario del “primer peruano”.
La semiótica y la lingüística al pronunciarse sobre los nombres han dicho que se trata de signos en blanco o signos vacíos que se llenan y cargan de sentido en la práctica cotidiana y con el curso de la historia, hasta formar parte de un tejido socio-histórico. La condición del nombre es identificarse con la cosmovisión, ideología, idiosincrasia, aspiraciones e incluso negaciones de quien lo porta. Así, por ejemplo, hubo épocas –y en cierta forma las sigue habiendo- en que los nombres eran tomados de la naturaleza por una fuerte influencia de la cosmovisión; las épocas románticas son más propicias para bautizar a los hijos con nombres de héroes o santos (ideología o creencias). El apellido con carácter hereditario y estable aparece, en España y América, recién en el siglo XIX (Fernández 2004: 78) para oficializar la identificación con el linaje -la tendencia más fuerte de todas- y especialmente con el padre.
En el caso del autor de los Comentarios reales la construcción de su identidad es particularmente interesante, porque se trata de un caso histórico y fundacional, y no por la adopción ni por el nombre mismo que al fin y al cabo es uno yuxtapuesto, sino por el significado que este proceso revela.
Hijo de un conquistador español y de una Ñusta incaica, el Inca Garcilaso de la Vega es el representante epónimo del mestizaje encarnado. En él se encuentran dos razas y culturas antagónicas; Garcilaso representa el choque, la fusión y la crisis de este encuentro. Por eso es nuestro referente original y fundamental para hablar de la formación de identidad de la cultura peruana. Y sin duda el recorrido identitario del Inca Garcilaso encuentra marcas fuertemente significativas a través de los constantes cambios de nombre que muestran una incansable búsqueda de identidad propia de un sujeto nuevo cultural e históricamente hablando; búsqueda llevada a cabo y consagrada en el discurso narrativo de los Comentarios reales, pero también expresada en su nombre.
Es preciso recordar el modo de nominación usual en la época, tanto en la cultura incaica como en la española. En la usanza hispana se bautizaba a los hijos con nombres de los antepasados o algún pariente célebre, con el objeto preservar su memoria, para que tales nombres no se pierdan en el olvido; sólo el primogénito era bautizado con el nombre del padre, pero esto tampoco era norma estricta, como es el caso del mestizo peruano, cuyo padre Sebastián Garcilaso de la Vega vio por conveniente bautizarlo con el nombre de su afamado bisabuelo Gómez Suárez de Figueroa.
En España el asunto del significado y relevancia de los nombres era un tema común y de mucha importancia no sólo en el aspecto literario y cultural sino también en la vida cotidiana. El tema de los linajes y los nombres de las familias, así como los emblemas familiares y escudos de armas, venían desde la edad media y mantenían su importancia todavía en el Renacimiento.
Por otro lado, en la cultura incaica si bien el nombre era dado, también podía ser ganado; es decir, era posible adoptar uno por méritos o porque se ajusta a la historia o hazañas personales; otras veces el nombre iba acompañado con un apelativo y muchas veces el nombre apelativo se imponía al nombre propio, como por ejemplo el apelativo Huáscar Inca se impuso a Inti Cusi Huallpa que era el nombre original del Inca; o Pachacútec, el Inca que hasta antes de la muerte de su padre se llamaba Titu Manco Cápac. El Inca Huiracocha decidió que su hijo antes de asumir el poder cambiase a Pachacutec, que significa reformador del mundo. (Inca Garcilaso de la Vega 1991: T I - Libros II y III) En general, tanto en la nobleza incaica como en el pueblo andino se acostumbraba cambiar de nombre al llegar a la edad casamentera o en los primeros años de la veintena.
El cronista Garcilaso ha prestado particular atención a la situación de los nombres en el incanato. Así en sus Comentarios reales se detiene a explicar el significado de cada nombre de los Incas y hacer una detallada interpretación de éstos “que sólo en el nombre encierran toda la historia” (Inca Garcilaso 1944: TI, 141).
En fin, una lectura atenta de este libro nos hará notar que entre los numerosos temas tratados hay dos muy importantes, por lo menos para los intereses de nuestro enfoque; primero, la fascinación e insistencia del cronista, en los linajes y nombres tanto de personas como de cosas; y, segundo, la defensa de su padre el capitán Garcilaso de la Vega, aspecto que tomamos como fundamental, ya que desde nuestro punto de vista es uno de los fuertes motivos que determina los cambios de nombre del cronista, movido por el propósito de restituir el honor de su padre quien fue acusado de traición a la corona después de su participación desfavorable en la batalla de Huarina.
Antes, describamos la situación: en 1560 el joven Gómez Suárez viaja a España con el objeto de estudiar allí según fue el deseo del padre; por otro lado, quería solicitar las mercedes y derechos de su padre por los servicios prestados a la corona como conquistador de las Indias. Hasta antes de llegar a España el joven mestizo no tenía ningún inconveniente con su nombre, los primeros 21 años de su vida se llama Gómez Suárez de Figueroa, sin problemas. Se dirige a Badajoz antes de instalarse en Montilla con su otro tío Alonso de Vargas. Así, Garcilaso, al decir de Raúl Porras Barrenechea “ingresa en ese mundo de licenciados y de clérigos, de dueñas y doncellas, bachilleres y uno que otro alférez de arcabuceros, en una situación dudosa e indefinida por su nacimiento y por su casta. No es un hidalgo como su tío don Alonso de Vargas, inscrito en los padrones de la villa (...), porque es mestizo nacido en Indias e hijo de una india. No es tampoco un caballero contioso, porque carece de caudal propio y porque tiene títulos clarísimos de nobleza. No podría ser vecino corriente llevando en las venas la sangre de los marqueses de Priego y de los incas del Perú. No es, pues, un hidalgo completo, ni español ni indio, ni vecino ni forastero” (1996: 7)En suma, es una situación que lo invita a problematizar su identidad y condición mestiza.
Aún mantenía la idea de regresar al Perú hasta que su pedido presentado al Consejo de Indias para que se le reconozcan derechos le es denegado rotundamente. Derechos que, él asumía, le correspondían doblemente: por el lado de su padre que fue conquistador y por el de su madre que perteneció a la nobleza del imperio conquistado. Esta concepción de un mestizaje de yuxtaposición, armónico, doblemente noble, es sacudida con la respuesta del Consejo que refiere información de que su padre habría actuado como un traidor al haber proporcionado su caballo al rebelde Gonzalo Pizarro para que éste huyera en la batalla de Huarina. Este hecho marcaría emocionalmente al joven Gómez Suárez. “Esta mentira me ha quitado el comer”, dirá en su Historia General del Perú.
El recibimiento y trato al joven Gómez Suárez en España no era el que él había esperado. Su situación de mestizo peruano parecía situarlo en una especie de limbo social. Y quizá esta circunstancia le estaba enseñando de una manera secreta y sin querer que el mestizaje no es yuxtaposición generosa sino trauma de la sangre. A partir de este momento, pensamos, el mestizo entra en etapa de transformación onomástica con el primer propósito de lograr una restitución simbólica autoencarnándose en la figura paterna, primero; para luego dar forma, a través de su obra, al mestizo como sujeto nuevo y auténtico.
Al ser acusado su padre de apoyar al rebelde Gonzalo Pizarro, tanto el honor del padre como el suyo propio estaban en duda, por lo cual, a través de su obra y su persona emprende una defensa y afirmación de la identidad paterna. En 1563 firma como Gómez Suárez de la Vega, y casi inmediatamente después firma como Garcilaso de la Vega. César Delgado sostiene que “Con Gómez Suárez de Figueroa se iba el recuerdo del vergonzoso origen (...), se iba el bastardo y el rebelde para dar lugar a un Garcilaso de la Vega digno de servir al rey” (1991: 72). Es notorio que este mismo año el joven mestizo mandó llevar los restos de su progenitor del Perú a Sevilla, donde los enterraría en la iglesia de San Isidoro. Y, para recuperar el honor del padre supuestamente perdido en una batalla, el mestizo dará otras batallas. Así, va a participar en la Guerra de las Alpujarras, expulsión de los últimos moros de Granada, donde consigue el grado de capitán, exactamente como el padre, y se hará llamar Garcilaso de la Vega, nombre que recoge la imagen restituida del padre y la tradición e ideal literarios del poeta Garcilaso de la Vega, el toledano, autor de las Églogas, que rezaba: “Tomando ora la espada, ora la pluma”.
Así, se armará también con el quehacer literario. En 1590 aparece su traducción de los Diálogos de amor con el sugerente título Traduzión del Indio de los tres diálogos de amor de León el Hebreo. Aparece por primera vez el nombre de un peruano frente a una obra publicada en Europa: Garcilaso Inca de la Vega, a partir de ahora.
Aurelio Miró Quesada sostiene que si bien Los diálogos de amo son traducción, no puede considerarse como un hecho casual o un simple momento de recreo, sino revelan un gesto y avance en el proceso de la conformación de su identidad, revelan una afinidad del espíritu del Inca con la filosofía renacentista (1994: 128). Miguel de Burga Núñez (En Aurelio Miró Quesada Ibid: 144) anota que en la introducción a la edición facsimilar de los Diálogos hay una significativa coincidencia: Jeudah Abarbanel que firmaba como León el Hebreo es emulado por Gómez Suárez que firmaba como Garcilaso Inca. El judío exiliado de España coincide así en el nombre con el mestizo autoexiliado de Perú (Ambos mestizos están afirmando una sangre y raza de su composición).
En 1594 aparece en un nuevo domicilio en Córdova como padrino del hijo de unos amigos y firmando Garcilaso de la Vega Inca. Es la primera vez que figura con el título de Inca en un documento; y no solamente en una obra literaria. En sus posteriores obras, tanto en La Florida del Inca (1605) como en los Comentarios reales (1609) y la Historia general del Perú (1617), firmará con el definitivo Inca Garcilaso de la Vega.
Como ya se ha dicho, el Inca Garcilaso se mueve tanto en la tradición occidental como en la tradición andina en la que los nombres también tenían significados simbólicos que el cronista se encarga de explicar a lo largo de los Comentarios. Christian Fernández (2004: 79) nos recuerda que el joven Gómez Suárez cambia de nombre a la misma edad que solían hacerlo los miembros de la nobleza indígena. Esta es una hipótesis interesante que refuerza las lecturas que desde el lado andino se vienen haciendo sobre el Inca Garcilaso en los últimos años. Fernández, propone que ese cambio de nombre coincide curiosamente con un ritual de pasaje entre los jóvenes incas en tránsito a la adultez, precisamente en los primeros años de la veintena (Recuérdese que el primer cambio de nombre es a los 25 años). Por otro lado, Antonio Mazotti (1994) observa que el apelativo de «Inca» no resulta, pues, una mera pose literaria ni solamente una reivindicación del honor de los padres conquistadores más notables, sino un uso común entre quienes se sentían pertenecer a una etnia y a un grupo que ya a fines del XVI y durante el XVII se reconstituyó como sujeto social y cultural para formar lo que poco a poco se convertiría en el «movimiento nacionalista inca» o neoinca, hasta llegar a su decapitamiento literal en la Plaza de Armas del Cuzco en 1781, con la ejecución de Túpac Amaru II.
Por supuesto, como ha sostenido Raúl Porras, el Inca Garcilaso estará lejos de un nacionalismo étnico de ese tipo, que incitaba a la rebelión armada, pero tampoco pueden pasarse por alto diversos pasajes de crítica al poder de Felipe II, (en La Florida II, parte, V, y en los Comentarios II, III, XX, por ejemplo) refiere Mazotti. No es de extrañar que su amistad con diversos miembros notables de la orden jesuita, como Juan de Pineda, el hebraísta Jerónimo de Prado, el erudito Martín de Roa, el catedrático de retórica Francisco de Castro y otros, lo llevase a conocer las tesis de Juan de Mariana, Pedro de Rivadeneira y las de Francisco Suárez sobre la soberanía (no la independencia, por supuesto, sino en el sentido político de la época) y el «bien común».
La actitud del Inca Garcilaso frente a la nación y la identidad es novedosa y revolucionaria, sobre todo si se toma en cuenta que en la época, como ha observado César Delgado, “el mestizo no tenía presencia social específica, y por lo mismo se hallaba fuera del orden cultural, no tenía en el espejo de la imaginación colectiva siquiera un estatuto humano” (1991: 98). Pero el Inca Garcilaso de la Vega legitima al este sujeto mezclado encarnándose en el padre y llamándose inca; y no para representar dos culturas equilibrada y equitativamente, como se ha dicho bastante, sino para representarse a sí mismo como un sujeto culturalmente nuevo.
BILIOGRAFÍA
Delgado Díaz Del Olmo, Cesar. 1991. El diálogo de los mundos, Ensayos sobre el Inca Garcilaso Arequipa, UNSA.Fernández, Christian. 2004. Inca Garcilaso de la Vega: Imaginación, memoria e identidad Lima: Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de san Marcos
Inca Garcilaso de la Vega. 1991. Comentarios reales Edición moderna de Carlos Aranívar. Lima, México, Madrid, Fondo de Cultura Económica
Inca Garcilaso de la Vega. 1944. Historia General del Perú Edición de Ángel Rosenblat. Buenos Aries Emecé Ed.
Mazzotti, José Antonio. 1994. Garcilaso en el Inca Garcilaso: los alcances de un nombre
Miro Quesada Sosa, Aurelio. 1994. El Inca Garcilaso de la Vega Pontificia Universidad del PerúPorras Barrenechea, Raúl. 1996. El Inca Garcilaso de la Vega en Montilla En: Montilla, lugar célebre en la memoria peruana / Hampe Martínez, Teodoro. comp Lima: Asociación peruana "Amigos de Montilla"
Muchas gracias. Me da una nueva forma de ver este proceso del cambio de nombre del Inca. Felicitaciones
ResponderEliminarGracias.
Eliminar!Infinitas Gracias!
ResponderEliminargracias muchas gracias!!
ResponderEliminaryo no doy las gracias ,porque no dice el nombre de su madre solo de su padre
ResponderEliminargracias solo soy un niño pero me sirve para mi trabajo de investigacion
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