Datos personales

martes, 2 de marzo de 2010

Protestas desde el Sur

ESCRIBIR DESDE EL CUERPO
Por Goyo Torres Santillana


Pero los hechos nos van revelando que
el subalterno sí puede hablar en estas
patrias, pues cuando no lo hace por
medio de la voz y el lenguaje –un lenguaje
que le es en gran medida ajeno y que le
escurre sentidos- acude al cuerpo y sus
acciones: rebelarse, movilizarse, marchar,
parar, declararse en huelga, invadir,
protestar...
(Raúl Bueno Chávez)

Entre 12 y 15 nuevos conflictos aparecen mensualmente en el Perú según sostiene, en un reciente informe, la Defensoría del Pueblo[1]. En el mismo documento se indica que al 30 de junio del 2009 se registran 273 conflictos, de los cuales 128 casos (47%) corresponden a conflictos socio-ambientales (demandas a problemas de carreteras, escuelas, programas de salud, contaminación y exclusión social) y sólo 32, (12%) a conflictos laborales. Esto evidenciaría que las principales demandas de la población no son por aumento de sueldos o mejores puestos de trabajo[2], sino por la búsqueda de un país con un nuevo modelo económico; una nación más justa e inclusiva, en la que se incorporen las nacionalidades hasta ahora excluidas y se respete el derecho de propiedad de sus territorios históricos; se les pague lo justo por la explotación de sus recursos naturales y se valoren sus prácticas culturales. El “Arequipazo”, “Moqueguazo”, “Baguazo”; las protestas en Canchis y Puno son ejemplos de lo que acabo de afirmar.
Abordar un tema tan extenso como el expuesto arriba implica ciertos riesgos; más aún, en un espacio tan breve como el presente. Sin embargo, he decidido correr ese riesgo porque deseo compartir algunas ideas con el amable lector. En una sociedad como la nuestra necesitamos generar ideas, muchas ideas; ideas originales que coadyuven a solucionar los problemas de la región. Por eso se hace urgente pensar, aunque hacer eso resulte subversivo en un medio decimonónico como el arequipeño. En este breve ensayo me interesa analizar el problema de los conflictos sociales en el Sur, el tema de la exclusión y el tutelaje limeño. Tres asuntos que parecen andar divorciados, pero que creo están relacionados mediante vasos comunicantes. Para este efecto parto de una pregunta central: ¿cómo imagina la clase política limeña a la Macro Región Sur? La respuesta a la interrogante resultará del análisis que ejecutaré a algunos rasgos de las protestas sociales en el Sur y a expresiones vertidas por el presidente Alan García Pérez. Estas expresiones, enunciadas en distintas circunstancias y que documenta la prensa[3], pueden resumirse en el corpus siguiente: “perro del hortelano”, “ciudadanos de segunda” y “pigmeos mentales”. Para el abordaje de este corpus me apoyaré en el Análisis del Discurso y los Estudios Poscoloniales Latinoamericanos.
El ser humano se apropia de su entorno mediante el lenguaje organizado en géneros discursivos. Es decir, cuando relatamos un accidente, redactamos un memorial, argumentamos un pedido, describimos una ciudad, enamoramos o escuchamos un sermón estamos haciendo uso de formatos elaborados con anterioridad por la tradición cultural en la que se inscribe la comunidad de la que formamos parte. Desde esta perspectiva cualquier acción humana funciona como un texto; en otras palabras, se la puede “leer” como poseedora de un sentido y como realización discursiva. Toda aproximación epistemológica a la realidad implica una atribución de significados a los objetos, las acciones y las relaciones (Loo:2000). Aquí debemos entender por discurso “el sistema de proposiciones que construye un objeto” (Parker; 1992: 5); es decir, una herramienta para representar lo real. En este sentido, las protestas sociales en el Sur y la respuesta de los políticos a estas acciones se encuadran en un género particular y se convierten en una compleja máquina de significaciones que delata la incomplitud de la sociedad peruana. Leemos y nos leen, interpretamos y nos interpretan, imaginamos y nos imaginan. Entonces ¿cómo nos imagina la clase política limeña a partir de nuestras protestas y huelgas? ¿Cómo son leídas estas protestas? ¿Qué paradigma sustenta esta lectura?
Desde mi modo de ver, la clase política limeña[4] ha desestructurado el Perú. Para el sujeto político limeño la división geopolítica del país (Costa-Sierra-Selva y las 24 regiones) es mera alegoría. En su reemplazo ha construido una nueva “cartografía” en la que se contemplan los espacios de Lima, Norte, Sur y Amazonía. Para esta división ha pesado, sobre todo, la perspectiva económica y el vasallaje al poder central. La clase política limeña imagina a Lima y sus alrededores (norte chico y sur chico) como la metrópoli cosmopolita por antonomasia; el espacio que atrae y mueve miles de millones de dólares y respeta las reglas del mundo globalizado; social y económicamente es el espacio más responsable, evolucionado y el ejemplo que, necesariamente, deben seguir los otros espacios si desean alcanzar desarrollo; es la que piensa, razona y hace entelequia por el resto del país. En una analogía con el cuerpo, Lima correspondería a la cabeza, a lo masculino, al adulto. Por esta razón las instituciones que la legitiman (jurídicas, religiosas, políticas, militares y de saber) elaboran leyes, proyectos y programas que involucra a otros sectores del país sin consultar a esos Otros implicados. ¿Para qué pedirles opiniones si no están en la capacidad de comprender lo que más les conviene? Esto, evidentemente, denota un paternalismo peyorativo y degradante del subalterno[5].
El espacio del Norte (Trujillo, Lambayeque, La Libertad, Piura) es imaginado como la más obediente y la que mejor imita el ejemplo de Lima. Consecuentemente ha logrado un gran desarrollo económico y social en las últimas décadas. Las cifras obtenidas por la agroexportación parecen dar la razón a esta manera de razonar. Por ello, la clase política recompensa a este espacio con más inyección de recursos estatales; en muchos casos sus expresiones culturales (Marinera Norteña) son presentadas como capital simbólico nacional. Tampoco es gratuito, me parece, que la cumbia norteña tenga mayor acogida en el imaginario popular capitalino. Como es de suponer, el Norte –sin embargo- no alcanza la categoría de “centro” que sólo se atribuye Lima. En analogía al cuerpo este espacio correspondería al pecho y estómago; pero estas partes del organismo no funcionan sin la cabeza. En esto habría que leer su condición de dependencia.
Los sureños -por nuestra parte- somos vistos como los más conflictivos y rebeldes de todas las regiones (“Arequipazo”, “Moqueguazo”, “”Canchis”, Puno, Andahuaylas). Para la lectura del sujeto limeño, el Sur[6] es el espacio de la fealdad, la violencia y el desborde social. Este hecho ahuyentaría la inversión extranjera e impediría nuestro desarrollo. El Sur no es sumiso ni sigue, a pie juntillas, las disposiciones del “centro hegemónico”. Consecuentemente el propio Estado nos castiga con menos inversión pública o demora en el financiamiento de proyectos.
Finalmente, desde la lectura hegemónica, la Amazonía es el espacio de lo “salvaje”, de aquellos individuos de faz pintada y dorso desnudo que desafían a la “civilización”. Es el espacio de lo exótico, de los rostros sin rostro, de los gritos “silenciosos”, de los ingenuos que se dejan engatusar por políticos retrógrados; en fin, es el espacio habitado por los “ciudadanos de segunda”. Estas dos últimas divisiones corresponden, en analogía con el cuerpo, a las extremidades inferiores y a las partes donde se ubican los órganos sexuales[7]. Es lo más alejado de la cabeza, del pensamiento, de la razón logocéntrica y lo más cercano a lo excrementicio y popular (Bajtín: 1982).
Eventualmente, esta nueva división del territorio nacional acaba en la dicotomía de los que buscan el desarrollo del Perú y aquellos que se oponen a ello. Esto se lee en las expresiones de Alan García. En el imaginario del Presidente, Lima y el Norte aparecen como espacios habitados por sujetos que son “perros de casa”, “ciudadanos de primera” y “gigantes mentales”. En oposición a ellos estamos los Otros, los “perros del hortelano”, “los ciudadanos de segunda”, los sureños, los serranos y amazónicos que obstaculizamos la modernización y progreso del país con marchas y protestas. El discurso oficial nos ha motejado de menos inteligentes, menos sensitivos, salvajes, retrógrados, violentistas, terroristas, revoltosos; en suma: “pigmeos mentales”. Con esto nos ha desautorizado para elaborar proyectos serios, válidos científicamente, funcionales, que rindan réditos económicos y nos saquen de la “pobreza”. Para la visión a la que representa García nuestras expresiones culturales (danzas, música, culinaria, indumentaria, ritos, literatura, tradiciones orales, etc.) no se consideran conocimiento legítimo, ni cultura equiparable al discurso oficial. Son sólo prácticas discursivas “populares”, folklóricas, artesanales, pero jamás “saber” en el sentido pleno de la ciudad letrada (Rama: 1987). Martha Hildebrandt y el Diario Correo[8], expresan esta soberbia de la cultura escrita.
Es curioso que García se cuelgue de la sociología y la biología (género fáctico) para validar sus expresiones. El discurso científico se sustenta en el saber universitario y legitima a la cultura letrada en detrimento de las culturas orales (Ong: 1987). Pero la importancia de este hecho no radica en la retórica que García utiliza, sino en su componente simbólico. Para García, Lima posee un género masculino en oposición al resto de los espacios a los que ve como femeninos o feminizados; para él la capital es el adulto en contraposición a las otras regiones a las que cataloga de “niños” malcriados; para el Presidente la gran metrópoli es el “civilizado” opuesto a los “salvajes” provincianos[9]. En estas dicotomías, el sujeto limeño se muestra como el más autorizado y capacitado para hablar por los demás. Por eso, Lima debe ejercer, según su parecer, un tutelaje y las demás regiones someterse a sus designios. Esta visión feminizada de la provincia se hace evidente en las Mesas de Diálogo que funcionan en el formato del relato amoroso. En el cortejo amoroso, el novio acude a la casa de la novia y “florea” a los padres para conseguir el objeto del deseo. En un símil, las comisiones gubernamentales de negociación llegan hasta la zona en conflicto para obtener el objeto deseado (pacificación, levantamiento de la huelga, despejar carreteras, etc.) y para ello prometen y se firman actas de compromiso. Al final, todo acaba en mecidas a la población. Entonces tomamos conciencia que todo fue simple “floreo” del gobierno (lo masculino) y los que desarrollamos la protesta quedamos como la “novia” engañada, abandonada. La analogía puede que provoque hilaridad, pero nos revela una verdad: la visión feminizada que tiene Lima (el gobierno, el sujeto limeño y la clase política) de las otras regiones y sus demandas caprichosas.

Frente a esta mirada degradante y reduccionista es que reaccionamos las poblaciones marginadas, comunidades -mal llamadas “minorías étnicas”- y grupos sociales en riesgo. Estamos luchando por construirnos una voz, una mirada. No deseamos la intermediación de intelectuales de la ciudad letrada. Ante la inoperancia del lenguaje oficial (castellano) e incluso del lenguaje verbal articulado, recurrimos al lenguaje del cuerpo, a la oralidad del cuerpo, a la oralidad de la escritura y a la escritura de la oralidad. Las huelgas de hambre, los encadenamientos al desnudo, los cortes en el cuerpo por los mismos huelguistas, los trazos sobre el rostro, la pintura en el pecho y la cara son escrituras que el ojo de la cultura dominante está incapacitado para leer. Es una escritura que permite oponerse al discurso hegemónico y restaurar el status del cuerpo como conjunto de deseos y emociones. Para nosotros el cuerpo es un símbolo de protesta que cuestiona la racionalidad y las reglas de la cultura oficial.


BIBLIOGRAFÍA
BAJTIN, M.M. (1982). Estética de la creación verbal. México, Siglo XXI.
LOO, Marcia (2000). El cuerpo hegemónico. En: Apóstrofe, Revista Universitaria de Investigación. Volumen I, Nº 2, Arequipa, agosto 2000, pp. 3 – 8.
ONG, Walter J. (1987). Oralidad y Escritura. Tecnologías de la palabra. México, FCE.
PARKER, Ian (1992). Disourse Dinamics. Routledge, New York.
RAMA, Angel (1987). Transculturación narrativa en América Latina. México, Siglo XXI.
[1] “Domingo”, revista de La República, 12 de julio de 2009, pp. 6,7.
[2] Gran parte de la PEA en el Perú ha solucionado el problema de la falta de empleo con puestos autogenerados, evitando un gran dolor de cabeza al Estado.
[3] Revisar La República del 14 de mayo de 2009; 28 de junio de 2009; 5 de julio de 2009.
[4] Muchos de estos políticos son representantes de grandes grupos de poder económico y de la oligarquía residual en el Perú.
[5] La categoría de subalterno es utilizado por los Estudios Post-Coloniales y los Estudios Subalternos. Para mayor detalle, cfr. Debates Post Coloniales: una introducción a los Estudios de la Subalternidad de Silvia Rivera Cusicanqui y Rossana Barragán (comp.).
[6] La mayor población de quechua-hablantes y aymara-hablantes se encuentra en la zona Sur, dato que no resulta fortuito como elemento simbólico.
[7] Para la cultura letrada, la parte baja de cuerpo donde se ubican los órganos sexuales es la menos controlable por la mente; es la zona gobernada por las pulsiones.
[8] Meses atrás, este diario hizo escarnio de la cultura oral de la congresista Hilaria Supa. Este hecho trae a la memoria la posición colonialista de la fujimorista Martha Hildebrandt con respecto a lenguas aborígenes.
[9] Las categorías de “masculino”, “adulto”, “civilizado” en oposición a “femenino”, “niño”, “salvaje” resultan de la contraposición entre “colonizador” y “colonizado” en los Estudios Pos-coloniales. Para el europeo y sus valores culturales, el aborigen americano no era un ser humano completo; poseía las mismas calidades que una mujer o un niño. Por esto necesitaba del tutelaje masculino, del tutelaje del hombre adulto para tomar decisiones acertadas.

1 comentario:

  1. Hola Jorge,

    bacan la idea. intercambiemos links. Te voy a linkear dentro de mis blogs.

    Un abrazo,

    Arturo Caballero

    ResponderEliminar